Regiones de Coquimbo , Valparaíso , Metropolitana , Libertador General Bernardo O’Higgins y del Maule , Chile
Mi segunda entrada en Chile fue muy diferente a la primera. Si la primera vez vi a un Chile muy poco poblado y explotado por la industria minera, esta vez, entrando por el Paso Agua Negra me encuentro en el centro de Chile, un poco más al norte de su capital Santiago. Cuando el clima es muy seco, el humano canaliza el agua de los ríos para transformar los valles en pequeños oasis verdes. El valle de Elqui es conocido por su producción de pisco chileno, así que aquí estoy bicicleando a través de los campos de uva hasta Vicuña.
La generosidad de mis anfitriones y la comodidad de su casa en Vicuña hacen de la ciudad un buen lugar para pasar un día de descanso. Planeo mi camino a Santiago. En lugar de tomar la carretera principal a lo largo de la costa, me quedo con una red de pequeños caminos rurales que me traen a la capital. Encontrar carreteras planas será muy raro; luego salir de los valles verdes para subir las colinas secas de la región de Coquimbo. Si las ciudades como Illapel y Ovalle con su aspecto industrial no me han atraído, los pueblos en el camino eran bastante encantadores. El agricultor chileno lleva con orgullo su sombrero no tan alto pero bastante ancho y me saluda desde lo alto de su caballo.
Al sur de Illapel, en la aldea de Limahuida, la carretera se pone menos ancha pero menos abrupta. En realidad es una antigua vía de tren transformada en una carretera en los años 40 que se caracteriza por tener numerosos túneles a veces de más de un kilómetro. Una sección pasa a través de un depósito de cuarzo, que se encuentra a través de la grava en la carretera misma. Justo antes del túnel que me llevará en la región de Valparaíso, una familia me invita en primer lugar para conseguir un poco de agua; después me ofrece un lugar para instalar mi carpa y finalmente me dieron una cama. Compartí buenos momentos con ellos charlando con sus hijos que se habían ido de mochileros por la Patagonia.
La generosa hospitalidad chilena continúa al día siguiente mientras llego a un pueblo llamado Putaendo. No hay camping pero entro en un centro turístico a ver si puedo poner mi carpa cerca. Era domingo y los empleados estaban terminando su ajetreado fin de semana. Algunos instentes después me encuentro en una mesa con ellos, compartiendo su comida y respondiendo a sus muchas preguntas acerca de mi viaje. Me di cuenta de que los chilenos son muy curiosos acerca de sus vecinos sudamericanos. En otros lugares, pocas veces la gente estaba haciendo preguntas acerca de los otros países que he visitado.
Desde Santiago se inicia un largo descanso que me dará la oportunidad de estar más cerca de mis amigos y familiares. El viaje durará más que el año y medio planificado. Es el número de kilómetros que he planificado mal. Pensaba hacer 27,000 kilometros hacia Ushuaia, pero aquí estoy en Santiago con 26.500 al cabo, todavía con unos 4,500 kilometros que hacer. ¡No había pensado que iba a hacer tanto desvíos en el camino! Y si tomo más tiempo, hay tomar más tiempo de verdad: pienso llegar a Ushuaia antes del final de abril. Ojalá antes de que el invierno llegue.
Es en Santiago donde Guillermo, que encontré previamente en Colombia, se une a la aventura. El segundo día del mes de febrero ya estamos en el camino al sur. Mientras que para él comienza una nueva aventura, en mi parte casi veo Ushuaia en la distancia. Juntos, comenzamos nuestro día sin saber cómo van a terminar. Cruzamos los grandes campos de Chile fuertemente desarrollados; hacemos una caminata a una reserva natural cerca de Rancagua con nuestros anfitriones para después pasar un día y medio en la autopista que finalmente dejamos para tomar caminos de campo montañosos. Acampamos en una plantación de eucaliptos, junto a la laguna de una represa y en el patio de una escuela primaria; pasando la noche con una señora que vive al lado que nos invitó a tomar una copa con la familia.
Al día siguiente sellamos nuestros pasaportes y comenzamos el ascenso hacia el Paso Pehuenche para ir a la Argentina. El río Maule, que da nombre a la región, se libera de su canalización de cemento y por fin podemos apreciarlo de forma natural. El primer día va bien. Las dos primeras semanas saliendo de Santiago representan casi una cuarta parte de todo lo que tendremos que subir hasta Ushuaia. No es necesariamente un comienzo fácil para Guillermo. A pesar de que ya no hay mas paso a 3.000 o 4.000 metros de altura, la frontera con Argentina aqui se encuentra a 2.500 metros.
Las carreteras chilenas son bastante empinadas. No tanto como en el Ecuador, pero digamos que los ingenieros chilenos no siempre encontraron el modo más fácil de subir y ahorraron en el asfalto – sin embargo, un muy buen asfalto. Bajando una cuesta a lo largo de un lago, justo antes de la última subida a la Argentina, evito algunas rocas que cayeron desde un pequeño deslizamiento; entonces hago una seña a Guillermo atrás para que reduzca la velocidad y tenga cuidado. En seguida lo hace tratando de evitar las primeras piedras, pasa por encima de las más pequeñas, pero luego pierde el control y termina su recorrido en un murito de protección en cemento. El estruendo de su caída y de la explosión de la rueda delantera me hacen volver la cabeza. Veo por encima de mi hombro el cuerpo de Guillermo pirueteando en la pared de concreto, preguntándome después cómo terminó en el suelo sólo con raspaduras en la piel en sus brazos. Me olvidé de mirar adelante dos segundos demasiado, mi bicicleta tropieza con un pequeño paso de cemento en el otro lado de la carretera y aterrizo en la arena. Mi rueda delantera no sobrevive tampoco. De inmediato corrí hacia Guillermo para ver si está intacto. Su casco se quebró pero el cuerpo y el alma están respondiendo. Aquí estamos a diez kilómetros de Argentina entre las dos aduanas en la cordillera, sin ruedas y un poco atontados. Reunimos todas las piezas y tratamos de hacer autostop para devolvernos.
Afortunadamente, el tercer coche que pasa puede tomar nuestras bicicletas y a nosotros. Volvemos a la estación de aduana, a la casa de Alicia, quien nos ofreció cena y unos traigos un par de días atrás, junto a la escuela. Dejamos nuestras cosas allí y al día siguiente bajamos a Talca, 150 kilómetros más lejos con nuestras ruedas delanteras que no parecen nada bueno, teniendo la esperanza de encontrar algo equivalente. Paso el día caminando por la ciudad dos veces a la búsqueda de lo mejor que pueda hallar en diferentes tiendas, mientras tanto Guillermo se queda cerca de la terminal para tratar de encontrar una solución a sus heridas que se infectan. El calor es insoportable y estamos muy felices de volver en la cordillera. Estuvimos un día más en casa de Alicia que nos ayudó mucho para desinfectar bien las heridas de Guillermo y poner las bicicletas en orden. Al día siguiente, un camión nos lleva al lago y estamos de vuelta al camino poco antes de donde lo hemos dejado. Cuando llegamos al lugar del accidente ese día, un equipo de trabajadores estaban limpiando la carretera de las rocas.
Aquí estamos, finalmente, en Argentina. Podríamos añadir muchas otras frases acerca de este evento, agradecer a alguien que en algún lugar nos cuida o encontrar razones y aprendizajes metafóricos acerca de nuestra desventura, pero voy a resumir en tres palabras: pone su casco.